Ahora que el coronavirus ha paralizado las ventas de los toros bravos y los posteriores valores añadidos por su lidia, es la hora de valorar lo que desde las dehesas aporta el mundo del toreo a la sociedad, a taurinos y a antitaurinos, y de exigir pagar por esas aportaciones el mínimo preciso para mantener la gestión más acorde con el logro del desarrollo sostenible. No hablamos de «pedir» subvenciones, ayudas, moratorias, créditos… Hablamos de detener el expolio, el gorroneo ambiental y la trivialización de la Naturaleza; de pagar lo debido por aquello que muchos demandamos y todos disfrutamos; de dejar de hablar de «ayudas» y de comenzar a hablar de pagar por los servicios ambientales que la sociedad recibe desde el campo. A vaquiña polo que vale y el toro igual. Hablamos de justicia y racionalidad: a cada uno lo suyo y siempre pensando en todos.
Con esto de la Agenda 2030 y los Objetivos para el Desarrollo Sostenible de la ONU pasa, como con todas las modas, que los que tan impúdicamente se apuntan a ellas, encastadas ministras de la cosa, engolados rectores de universidad, llegan a creer, como en el chiste, que Desarrollo es el nombre y Sostenible el apellido. Cuando de los objetivos relativos al mundo rural y a la España vaciada se trata, el problema no es verbalizar latiguillos, sino mantener la sostenibilidad del manejo de cada espacio natural al menor coste social posible, y de generar desde él el máximo desarrollo sostenible global posible (piensa en global, actúa en local).
Si tomamos el ejemplo de la dehesa española o del montado portugués, esos encinares y alcornocales están urgidos de poder aplicar modelos de gestión compatibles con su regeneración y consecuente rejuvenecimiento: única solución frente su decadencia biológica y consecuentes fenómenos de mortalidad a los que venimos llamando Seca de los Quercus, única solución para su Conservación.
La cuestión es abordar esa gestión al menor coste posible para el erario, y de forma que desde dehesas y montados se induzca el mayor desarrollo sostenible global posible: maximizar sus beneficios ambientales (para taurinos y antitaurinos). Diríamos que la cuestión no es tanto que al gestor le salgan las cuentas (que también) sino, sobre todo, que pueda aplicar el modelo de gestión más positivo para todos: el de mayores valores añadidos.
A muchos les dan dentera la caza, los toros y en general los valores, usos y recursos tradicionales de nuestros medios naturales: nuestras culturas rurales. Encima van de sociales, de ecológicos y hasta de economistas ambientales.
La dehesa, como los montados, mide lo que mide; sus potencialidades son enormes; pero las cuentas no alcanzan para regenerarla y potenciarla: para poner en obra la nueva gestión que precisan. Tal vez los toros, el cerdo ibérico en montanera, y la caza son los que generan un mayor valor dentro de ellas (sostenibilidad local) y unos mayores valores añadidos desde ellas (desarrollo sostenible); sin embargo, la sociedad que demanda y recibe «por la cara» sus múltiples externalidades, no abona por estas ni tan siquiera el mínimo indispensable para poder mantenerlas. Más aún: suele cuestionar las actividades de quienes con su gestión generan múltiples beneficios ambientales; beneficios que expolia, gorronea y trivializa. ¿Hasta cuándo?
Fotografía: Por las Rutas del Toro