(…) En la inmensidad de la dehesa, los ganaderos de bravo miran con enorme inquietud una balanza que cada vez se inclina más hacia el platillo de los gastos. Y lo más preocupante, salvo excepciones de las máximas figuras ganaderas, es la imposibilidad de trasladar los costes de producción a los precios.
Las cifras se alzan como unos pitones veletos: la alimentación del ganado, el gasoil (además del transporte del ganado a la plaza, los tractores son un instrumento básico en las fincas), la mano de obra (la ganadería de lidia requiere más personal que ninguna)… Al otro lado de la barrera, el precio de las corridas ha disminuido en la mitad en numerosos casos. «La ganadería es una ruina», afirma con desesperación la mayoría.
El presidente de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, Eduardo Miura, explica que la subida de los cereales tiene consecuencias pésimas: «Nos ha afectado una barbaridad. El agricultor ha cogido más dinero por su cebada y nosotros hemos pagado más. Para colmo, no podemos compensarlo con la venta de carne, porque, con tantos problemas sanitarios («lengua azul», «vacas locas»), no vale nada» (…)
Artículo completo (ABC, 16 de julio), en archivo adjunto.
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