CENTENARIO AZUL
El pasado quince de abril se cumplió un siglo desde que un grupo de ganaderos de Andalucía, de Salamanca, de Colmenar y de Navarra recibieran la conformidad del Ministerio de la Gobernación para la fundación de la Unión de Criadores de Toros de Lidia. Aquella incipiente organización de empresarios agrarios agrupaba en su Junta Directiva a un reducido número de ganaderos que, al tiempo, eran personajes de influencia social y política en nuestro país.
La causa directa de aquella agrupación fue la necesidad de defender conjuntamente lo que los ganaderos consideraban como una pérdida gradual y alarmante de peso en la Fiesta, por el creciente poder de los matadores a la hora de imponer corridas, por el daño abusivo que la puya de entonces causaba en los toros, por la irrupción de tratantes que soliviantaban el mercado y por la ocurrencia del Gobierno de entonces de proyectar una Ley de Descanso Dominical que prohibiría la celebración de espectáculos en domingo.
Cuando comenzamos nuestro segundo siglo de vida en común los ganaderos de la Unión afrontamos un horizonte lleno de desafíos para la Fiesta, muchos de los cuales tienen su origen en las mismas o parecidas causas que las que, hace un siglo, consiguieron poner de acuerdo a sevillanos, salmantinos, colmenareños y navarros.
Una de las actividades que conmemoran nuestro Centenario es el libro Un Siglo de Toros, presentado recientemente en Sevilla, en el que se analizan los hitos fundamentales de la Unión y las trayectorias de los ganaderos más destacados, al tiempo que se recogen desde diferentes enfoques las claves más relevantes de la evolución del toro, del toreo, de los públicos y de las explotaciones ganaderas. Este magnífico libro es el reconocimiento de unos logros evidentes pero es también el reconocimiento del muy difícil horizonte que aguarda emboscado en las mismas querencias que hace cien años.
La Fiesta, en su conjunto, afronta hoy el mismo síndrome que antes mencionaba al enumerar las causas del nacimiento de la Unión de Criadores: una progresiva y alarmante pérdida de peso específico en la sociedad actual. Una situación derivada en buena medida del enorme poder social que la Fiesta tuvo hasta hace bien pocos años, que la homologó como una cuestión de orden público y que la mantiene como el único espectáculo intervenido por el poder político y controlado por equipos gubernativos, regulada por una ley de potestades administrativas cuyo objetivo es, desde la presunción de culpabilidad del taurino, defender a unos públicos de los desmanes de quienes viven de, por y para el espectáculo. La Fiesta, que ha sido lamentablemente instrumentalizada políticamente en los últimos años como factor de diferenciación antiespañolista, tiene muy difícil, precisamente por estar intervenida, por no ser políticamente correcta, aplicar sus propias fórmulas de promoción y adecuación a los tiempos.
No creo, y esta es una apreciación compartida con muchos ganaderos y otras gentes del mundo taurino, que el silencio administrativo ante la Fiesta, la dispersión competencial a la que estamos sometidos, el arrinconamiento oficial de la tauromaquia, sean una casualidad ni que sean hechos inocentes. Desde la Ley Corcuera de 1991, una norma redentorista en la que se definió la Fiesta como un espectáculo con tendencia al fraude, al que había que rodear con un cordón policial, las administraciones locales y autonómicas, propietarias del 90% de las plazas de toros, no han dado, salvo honrosas excepciones, síntomas de promocionar su propio negocio. Y esto es así pese a que la Fiesta es una fuente fiable de ingresos, económicos y políticos. Pero nos hemos tirado demasiados años colgados de la sombra de sospecha de un pitón.
En el último lustro hemos cambiado el afeitado por encefalopatías y fiebres catarrales ovinas, la higiene por la salud, que es cuestión mayor. Hay dos momentos especialmente significativos en los últimos años. El primero de ellos fue la Orden de Sanidad por la que se prohibía la comercialización de la carne de lidia por un exceso de celo de una ministra en campaña contra las vacas locas. Las pruebas científicas, impulsadas por las asociaciones ganaderas, vinieron a demostrar meses después lo injusto y desproporcionado de esa medida, adoptada sin tener en cuenta la extraordinaria importancia que la comercialización de la carne de lidia tiene para la estructura de la Fiesta y sin que nadie del Gobierno de entonces advirtiera a la ministra sobre este extremo. La economía de la Fiesta se resintió extraordinariamente de esa medida, disparada justo cuando se vislumbraba una posibilidad de promocionar una carne de elevadas cualidades ecológicas y gastronómicas.
El segundo momento lo tenemos encima. Es el conjunto de medidas adoptadas para combatir la lengua azul y que acaba, nuevamente, por hacer casi imposible comercializar la carne de lidia cuando asomaba al mercado una nariz tímida y convaleciente. La nueva norma, que incluye medidas especiales para el ganado de lidia, en atención “a la dificultad de manejo”, podría implicar el manejo de un toro para su desinsectación hasta tres veces en 48 horas. Es evidente que se ha pensado en la especificidad del toro de lidia.
Así pues, la relación reciente de la Fiesta con la Administración, si la analizamos desde la perspectiva de meros administrados, es una historia de encontronazos y desengaños, de paciente docencia al responsable de turno, recién llegado al cargo con un papel en blanco y muchos prejuicios, de rabia frente a decisiones adoptadas por quienes nada se juegan al rechazar un toro, al sancionar a un picador o a un matador, al coartar la iniciativa empresarial.
Si analizamos esa relación desde la perspectiva de la colaboración en proyectos comunes, nuestra experiencia, desde la Unión de Criadores, tampoco es positiva y para muestra vale un botón. En 1976 la Unión solicitó al Ministerio de Agricultura la creación del Libro Genealógico de la Raza Bovina de Lidia. Catorce años después, en 1990, se creó el Libro y la Unión fue reconocida como entidad colaboradora de Agricultura para su gestión, a cambio de una subvención que permitiera su funcionamiento. Hoy vemos que esa gestión se ha complicado extraordinariamente, en muchos casos de forma innecesaria, como consecuencia de la creciente complejidad normativa y burocrática, pero la aportación de la Administración para la gestión del Libro se ha ido reduciendo en un porcentaje tal que hace muy difícil la continuidad de esa gestión.
También la relación con los encargados del control de la Fiesta es desde hace años una sucesión de tropezones en la misma piedra. Nos ha costado años, montones de estudios y numerosas sentencias favorables de los tribunales el convencer mínimamente a la Administración de que estaban utilizando técnicas no fiables al cien por cien para condenar a ganaderos por fraude.
Desde 1990 hemos intentado sin éxito convencer a la Administración de la conveniencia de que el primer reconocimiento de los toros a lidiar en Ferias importantes se realice en el campo. Argumentamos que de esta forma se reducen considerablemente los riesgos sanitarios, de rechazos y devoluciones, al tiempo que puede mejorar el rendimiento del espectáculo y se aminoran sustancialmente los gastos derivados del “trasiego de camiones”. Es de gran importancia ofrecer a los aficionados un clima de normalidad y seguridad a la hora de lidiar las corridas anunciadas. Este clima es también importantísimo para los lidiadores, para los empresarios y, por supuesto, para los ganaderos.
Pues bien, ha tenido que ser la anormalidad establecida por la lengua azul la que haya contribuido indirectamente a que la pasada Feria de Abril de Sevilla haya sido unánimemente reconocida como una de las mejores que se recuerdan en La Maestranza. Han embestido más corridas y más toros, ha habido más encierros en tipo, se han rechazado y devuelto menos toros. ¿Es que los ganaderos nos hemos confabulado para hacer de la Feria de Abril 2005 algo inolvidable?. Simplemente ha habido un hecho diferencial muy importante y es que las corridas, aunque no oficialmente, habían sido reconocidas en el campo.
Durante años hemos escuchado de delegados gubernativos, presidentes y veterinarios que el toro en el campo “no se ve”, que el ganadero engaña a la autoridad en el campo pero no en la plaza. En el éxito de la Feria de Sevilla ha influido, por supuesto, la disposición de los toreros, el clima, el ambiente… Pero ha habido algo nuevo y es que los toros se han visto en el campo. Si éste puede servir como ejemplo, no sería malo que finalmente se permitiera al colectivo profesional taurino ser plenamente responsable de su devenir, teniendo en cuenta que a nadie como a los propios taurinos les va la hacienda y la vida en llevar a los públicos un espectáculo capaz de atraer a nuevas generaciones.
Ya decía que estamos de centenario, cien años de ilusión y de trabajo. Los ganaderos estamos muy acostumbrados a arriesgar e invertir a largo plazo porque el fruto de nuestro trabajo tardamos al menos cuatro años en verlo en la plaza. En cien años hemos llegado a muchos millones de espectadores en todo tipo de circunstancias. Pero si tuviéramos que mirar al siglo con un vistazo que diera sentido y continuidad a nuestro trabajo, éste sería el de la lucha por la integridad del toro como punto de retorno, como única forma de defensa incuestionable de nuestra actividad.
Es cierto que hemos cometido errores, que en ocasiones hemos sido demasiado permeables a modas o imposiciones que iban contra este objetivo. Pero si hacemos un balance global de cien años de crianza de toros de lidia, vemos que nuestra obsesión ha sido y será mantener un compromiso de autenticidad con la Fiesta desde la defensa de nuestra actividad, de nuestra libertad a la hora de seleccionar, y favoreciendo todo aquello que ayude a perfeccionar y mejorar una Fiesta que amamos profundamente. Ese sigue siendo el reto para el siglo XXI, al que llegamos después de tropezar con la misma piedra, como se ve, pero con la decidida intención de seguir adelante en el objetivo de contribuir al perfeccionamiento de la Fiesta.
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