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Andrés Vázquez: Mis experiencias han sido muy rurales
Andrés Mazariegos Vázquez (Villalpando, Zamora, 1936) cuando cuenta sus experiencias personales y profesionales, lo hace con desgarro, con intensidad reflejada en el gesto ajado, pero cuidado, por el que se encuentran años y años de penurias vividas para lograr el objetivo de ser matador de toros de renombre. Mis experiencias taurinas han sido muy rurales, afirma. Y es que desde que le dijo a su padre que quería ser torero, Vázquez no lo tuvo fácil. Cuando mi padre supo que quería ser torero, dice, me dio un año de ‘cuartel’, me dijo que si no me tomaba las cosas por mi cuenta me tendría que poner a trabajar, porque no tenía para alimentar a todos mis hermanos y a mí. Entonces fue cuando Andrés, tal y como ya habían hecho muchos paisanos suyos, cogió las alforjas, en las que llevaba un puñado de ilusiones y de deseos, y emprendió el camino de casi imposible éxito por las capeas. Iba a las capeas de los pueblos de Guadalajara, Salamanca yZamora. Nos echaban unos ‘toracos’ impresionantes, viejos y muy resabiados. Andrés, recuerda entre tantos y tantos toros a uno muy especial de Coquilla: aquel toro tiene una historia muy curiosa, el toro había ido a muchos pueblos y en sus astas llevaba la ‘marca’ de haber producido varios percances mortales; entre esta lista de negra percances destacaban las cornadas inferidas a un telero; ese día el telero estaba en un pueblo vendiendo sus telas por la calle mientras se hacía la capea en la plaza. El toro se escapó de la plaza, se debió hartar de estar allí. Emprendió la huida por las calles del pueblo, en su camino se encontró con el pobre telero y el coquilla no lo perdonó. Desde entonces lo llamaron Telero, concluye el torero.
Una escuela muy particular
Del toro de las capeas, viejo, resabiado y conocedor paciente de las debilidades de sus oponentes, aprendió Andrés Vázquez: Aprendí de todo: desde la técnica defensiva para dañar al toro, sin que se dieran cuenta las gentes de los pueblos, que esperaban a cualquier duda del maletilla ante el toro para darte con el garrote en la mano, hasta la comprensión y seguridad que daba dibujar uno o dos lances limpios y ceñidos. Los lances que ejecutaba Andrés Vázquez en las capeas eran siempre ejecutados para engañar y sortear las cornadas que lanzaban esos toracos, más que para intentar recrear el arte decúchares. Dos pases, incluso uno lucido eran ya un sueño, una quimera que se hacia realidad y que a Andrés le hacían concebir más esperanzas para alcanzar ese duro reto marcado a fuego en su corazón. Porque ni Andrés, ni muchos otros toreros coetáneos en su tiempo, tuvo la posibilidad de acceder a una escuela de tauromaquia para aprender el oficio y practicar ante vacas jóvenes (eralas, a lo sumo utreras). Antes, ni por asomo existían las escuelas, nos teníamos que buscar la vida como pudiéramos, recuerda. Sin embargo, el destino, caprichoso, le ha llevado a ser profesor de algunas escuelas -tan añoradas en los dos primeros tercios del siglo anterior-, entre las que está la de Madrid, en la que enseñó a comprender al toro, a aprender la técnica para triunfar a toreros que hoy tienen gran entidad:Cuando ingresé en la escuela de tauromaquia de Madrid y vi que se enseñaba a torear a los niños, pero que también se les exigía estudiar para labrarse otro futuro posible, me dio mucha alegría; de hecho yo les explicaba que estudiaran y que aprovecharan esa ocasión que les brindaba la escuela paras ser toreros y personas. Las cosas han cambiado, algunas para bien o para mal, según se mire, pero la realidad es que las escuelas evitan que los chavales tengan que enfrentarse ante toros y vacas de más de doce años como lo hizo Andrés Vázquez en su juventud: a ver, exclama, yo no tuve esa oportunidad, yo aprendí a ser torero ante toros y ante vacas de más de doce años; animales que en algunos casos ni siquiera eran bravos sino cruzados con ganado manso, o incluso totalmente mansos. A veces hasta me tenía que arrojar a los pitones para mostrar el ‘hambre’ que tenía.
Un tándem casi perfecto
Desde aquellos tiempos en las capeas en plazas de talanqueras, con barrotes de hierro y remolques cruzados, hasta llegar a las plazas de toros en ciudades por donde pasaba el tranvía pasaron muchos años. Había pasado toda una vida, plagada de dureza, de desencantos, de amarguras, de olor a cera (a muerte), de poca gloria. Luego vinieron tiempos mejores. Durante cinco años, cuando aún era novillero, aprendió el oficio en la escuela de tauromaquia de la plaza de Vista Alegre. Allí, Saleri II, matador alcarreño, le enseñó todos los secretos de la profesión, este torero fue extraordinario, dice Andrés, creo que la historia no le ha hecho justicia. A Saleri II le debo, en parte, lo que luego desarrollé como torero.
Cuando Andrés Vázquez tomó la alternativa en Madrid en 1962, tenía veintiséis años y un baúl de esperanzas de triunfo. Pero los años transcurrían sin que pasaran grandes cosas. Andrés Vázquez era un torero considerado, pero sin gran tirón. Eran años en los que un hombre de Galapagar (Madrid) andaba tras la pista de una ganadería que parecía tener los días contados. Entonces fue cuando se inició la historia de un tándem casi perfecto: Andrés Mazariegos Vázquez y Victorino Martín Andrés. El destino había sellado un extraño pacto entre paletos; dos hombres de palabra vehemente y de gran fortaleza a los que les unió el toro. En 1969, en la plaza de Las Ventas, un toro de victorino, de nombreBaratero, y Andrés Vázquez alcanzaron una de las cumbres más destacadas de la tauromaquia. Fue maravilloso, exclama con cierto aire de melancolía el torero zamorano, ha sido el toro más bravo que yo he visto. Tomó cinco puyazos desde el centro de la plaza; la plaza hervía de pasión. Ya con la muleta el toro se me venía como un tren, hubo que consentirle mucho, fue un gran esfuerzo el que hice, pero ese toro me puso en circulación.
Posteriormente llegarían más corridas de Victorino. Fueron en total diez, con un balance de ocho orejas.Andrés Vázquez pasó a ser el primer gran especialista con los toros de la A coronada. Los toros de Victorino eran los que mejor se adaptaban a mis cualidades, dice el maestro, quien no olvida que en aquella época había también un ramillete de ganaderías estupendas, claro que no me olvido. Había otras ganaderías maravillosas: núñez, contreras, vega – villar, santa coloma, los apés (Antonio Pérez),atanasio… pero, fue con la de victorino con la que mejor me acoplé.
De los 70 a nuestro días
Pero no sólo de victorinos se nutre el currículo del torero castellano. En 1971 quedó como máximo triunfador del ciclo isidril tras obtener un gran éxito con los toros de Alonso Moreno, otro ganadero maravilloso, responde Vázquez, ese San Isidro fue el de la reafirmación. A la temporada del 71 le siguieron diez más hasta que en 1982 decide colgar los trastos, una década en la que lo que cambió sustancialmente fue el toro. Recuerdo que mientras el resto de las ganaderías que he mencionado (núñez, contreras, vega – villar, santa coloma, Antonio Pérez, atanasio…) comenzaban a tener problemas en la movilidad y en la casta, la de victorino era todo lo contrario. Solamente una de las ganaderías que mataban las figuras fue capaz de mantenerse perfectamente: la de Juan Pedro Domecq. Explicaciones, las de Andrés Vázquez, que pueden aclarar a muchos los por qué de muchas cosas.
Del toro de ayer al toro de hoy media un ancho camino, pues tal y como recuerda y repite el torero zamorano, la Fiesta en lo sustancial ha cambiado ostensiblemente. Antes, la suerte de varas era todo un espectáculo: los toros iban al caballo más de dos y de tres veces y el picador hacía su labor muy bien; los toros se movían mucho más y debido a ello las faenas eran mucho más emocionantes, lo que hacía aumentar el riesgo de que se produjera un percance en cualquier momento. Hoy esto no ocurre, confiesa Andrés, hay toreros con mucha edad porque el toro es de comportamiento muy cómodo, mientras que las figuras ya no matan corridas duras en momentos especiales, como lo hacían antes. El ejemplo que nos ofrece Andrés Vázquez con sus recuerdos de los años 70, en los que la Fiesta, en muchas de las imágenes que recordamos a través de la filmoteca, era un espectáculo con un toro ligero de carnes y con casta; eran tiempos donde las figuras ejercían su papel de dictadores en la plaza para que el triunfo se produjera. Andrés Vázquez formó parte de una generación fabulosa, había toros y había toreros con ganas, dispuestos a dejarse matar en la plaza. La vida era para el torero una forja a sí mismo, cada tarde suponía escapar a las penurias que todavía había en algunas zonas. Comprender al toro era para ellos un diálogo muy especial en el que se sentían como el escultor lo hace ante el bronce. Andrés Vázquez fue uno de ellos.
por David Plaza
Fotos: Rosa Jiménez Cano