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Fernando Domecq Solís, propietario de «Zalduendo»:»Mi padre era el mejor ganadero que he conocido»
Usted compra “Zalduendo” en 1987, sin embargo, ya acumulaba muchos años de experiencia en “Jandilla”.
Bueno, en “Jandilla” no fue precisamente donde yo comencé a lidiar, yo ya había lidiado durante siete años con el nombre de mi padre, Juan Pedro Domecq [y Díez], y después otros siete con “Jandilla”.
¿Cómo comienza la historia suya en solitario?
Yo comencé, como ya he dicho, junto a mi padre y en el año 1975. Cuando fallece mi padre, me ocupo de las corridas que teníamos para lidiar. A partir de ahí, estuve lidiando con el hierro de mi padre hasta 1981, que fue el último en que salió de la finca “Jandilla” una camada con el hierro de Veragua; desde 1982, y hasta la temporada de 1987 inclusive, fui responsable del nuevo hierro de la ganadería (que se anunciaba como “Jandilla”), o sea que lo único que se hizo fue cambiar de hierro, con lo que se puede decir que fui el responsable de la ganadería de mi padre, luego de mi madre y de mis hermanos hasta el 1987.
Luego es en 1988 cuando comienza a marcar con el hierro de “Zalduendo”.
Así es, en 1988 es cuando comienzo a herrar con la marca de “Zalduendo”. La ganadería es formada con el lote que me toca de “Jandilla”, compuesto por 42 vacas jóvenes y ocho viejas –50 en total–, más las añojas, eralas y utreras, que suman otras 60 vacas; además, yo compré a mi tío Salvador [Domecq y Díez] 30 eralas. Lo cierto es que no sé si las compré o él me las regaló, porque me permitió –después de quedarse mi tío Salvador con 25 eralas que había aprobado ese año– elegir, entre todas las de su camada con los libros de la ganadería en la mano, las que yo quisiera. En cuanto a los sementales que me llevo de “Jandilla”, éstos salen de la división –bastante sencilla– que hice con mis hermanos.
¿Cómo fue?
Fue una división sencilla, pues dejé que eligieran mis hermanos los ocho primeros sementales, y yo elegí el noveno y el décimo. Lo que yo escojo son dos toros sin probar, en un afán, que llevo desde que comencé a ser ganadero, de ir deprisa, de ir cambiando las cosas con un objetivo. Mis hermanos, que habían escogido los sementales antes que yo, se decantaron por seleccionar toros ya aprobados, que, bajo mi punto mi vista, era lo mejor para ellos, mientras que yo, que quería seguir corriendo, me incliné por escoger en “Jandilla” toros que no se habían contrastado con los resultados de su descendencia. Hecha la división, busqué en todos los machos que había en mi ganadería los sementales que pude. Y me dio buen resultado, pues, en 1988, tuve la suerte de aprobar, en el mejor tentadero de machos que he hecho en mi casa, dos erales en un día, de los que creo que uno de ellos, el 49, Farolero, es el que mejor me ha dado a mí en la historia. Estos dos erales, toreados por Emilio Muñoz, han supuesto para mí una gran suerte, pues en la vida hay que tener en algunos momentos suerte, y en ese momento a mí me acompañó.
Fernando, de quién aprendió más mientras estuvo en la casa “Jandilla”.
De todo se aprende. Cuando hablas con los toreros, aprendes de ellos; aprendes de tu padre y le admiras, en mi caso creo que él es el mejor ganadero que he conocido; y aprendes de mucha gente, pero sobre todo aprendes cuando te sientes torero delante del toro, poniéndote como si tú fueses el torero y queriendo sentir lo que el torero puede sentir en ese momento, con lo cual puedes valorar la verdad, la mentira o el comportamiento real de ese toro en la plaza. Si uno no se pone en el lugar de aquél que va a convertir esa embestida en su propia obra de arte, en su propia obra creativa, es muy difícil que pueda comprender cual es la calidad, o la capacidad de transmisión, o de transformación de esa embestida. Si uno tiene una embestida en su ganadería que no se puede transformar, entonces estamos en un camino que para mí no es el toreo, porque el toreo es para mí transformar la embestida en una obra de arte, en una obra nueva, en una obra nunca vista y, por tanto, para eso tiene que haber una capacidad de bravura que permita que el toro olvidándose haga lo que el torero le obligue a hacer, por lo que el toreo ha de ser obligado.
De sus palabras sobreentiendo que el ganadero podría compararse a la labor de un escultor, ¿es así?
Un ganadero lo que hace es crear el producto con el que un hombre va a originar una obra de arte, por tanto, en el toreo es en la única disciplina en la que el ganadero crea una obra, que es cogida por otro hombre, el torero, y la transforma en una cosa personal y única. Y en eso radica este modelo de belleza. Por un lado hay un ganadero que crea una embestida y una forma de ser en sus animales, que luego es cogida por otro hombre y que la transforma para sí. Es, pues, el único arte que utiliza la materia viva, y que además de ser utilizada ésta (la materia) es convertida, transformada, en algo nuevo sin haber existido previamente doma alguna.
Entonces, para usted torear implica domar la embestida.
Sí. La doma de ese animal vivo llamado toro se lleva a cabo delante del espectador y en un espacio muy reducido, concentrado, por lo que, en ese momento, es absolutamente necesario que el torero comprenda al toro para que le vaya haciendo lo que el toro le va a permitir que le hago. Así pues, sí que existe un concepto de doma en ello, pero el concepto de creación y fuerza supera al de doma.
Dos embestidas distintas
Tras el proceso para formar la ganadería, en el que “tiene la suerte de encontrarse con Farolero”, usted toma las primeras decisiones para trazar el camino de la ganadería, en qué consisten esas decisiones tomadas ya en solitario.
Yo creo que a partir de ahí comienza a estar uno algo más limitado en cuanto a las decisiones. La amplitud sin limitación alguna que pude tener en la ganadería de mi padre, y en la ganadería de “Jandilla” se había acortado, pues yo tenía que trabajar en “Zalduendo” con un número inferior de sementales y de vacas. Por tanto, tenía que andar por el camino de lo bueno que yo tenía. Y tuve la suerte de encontrar esos dos toros, antes aludidos, que son muy importantes en mi ganadería, y creo que también en la ganadería española: el 49, Tunante, y el 49, Farolero, y luego otras muchas cosas que luego ya sí se van mezclando, pero tanto Tunante como Farolero se erigen en los dos artífices de dos embestidas diversas y distintas que hay en mi casa.
Habla usted de dos embestidas “diversas y distintas”, ¿podría ser un poco más explícito?
La de Tunante es muy fácil de ver porque todo el mundo vio al toro Jarabito, lidiado en Sevilla, y su padre, Tunante, se comportó exactamente igual. Si me preguntara quién fue mejor, yo no sabría decirle quien, pero lo que sí que creo es que han sido los dos toros que más me han emocionado a mí en mí vida como ganadero, y creo que son dos toros que todos los toreros sueñan con que les toque en una plaza de toros. En cuanto a la embestida de Farolero se corresponde con la del toro más bravo que yo nunca he tenido, que son, pues, dos conceptos distintos.
“Emoción” y “bravura” significan entonces para usted dos conceptos distintos.
Sí, son conceptos distintos. Farolero, que fue un toro muy bueno, tiene una media de bravura mayor en sus hijos que la que transmite en sus hijos Tunante. Sin embargo, cuando da un toro bueno el Tunante es mucho mejor que el que da Farolero: son dos conceptos distintos y diversos.
Han pasado quince años. Ustedes, los ganaderos, dicen que para probar lo que uno desea como ganadero, al menos tienen que pasar quince años: ¿en qué momento se encuentra ese deseo?
Yo creo que esto depende de la velocidad con que se imprima el trabajo. Si uno se hace cargo de una ganadería extensa tiene resultados a los cinco años, porque la primera vez que echa toros a las vacas ya debe saber lo que está echando, entonces a partir de esos cinco años puede haber un cambio porque se pueden quitar unos toros y echar otros. Estás creando sobre una base ya dada. Puedes, así, enlotar de una forma distinta para conseguir el resultado, pero para ello tienes que tener un conocimiento firme de lo que es la ganadería. Con ello quiero decir que el hijo de un ganadero, por ejemplo, puede demostrar a los cinco años un cambio y una evolución importante en lo que busca. Como es lógico, por lo que estoy diciendo, a los siete años o a los seis puedes ya haber conseguido cosas nuevas, y a los diez años puedes haberle dado una vuelta entera que haga que no la conozca [a la ganadería] ni lamadre que la crió.
Dice cinco años para conseguir “cosas nuevas”, pero se puede estropear una ganadería en ese mismo tiempo, o en menos.
Sí, así es. Se ha demostrado que en menos años se puede cargar uno la ganadería. Basta con equivocarse en la elección de los sementales que hay echar, y en la elección de si le conviene o no ese semental a la vaca para que se estropee. Por tanto, yo no creo en que sean cosas tan claras. Es verdad que una ganadería es recuperable todavía en cinco o seis años después de haber tomado decisiones malas; eso tratándose de una ganadería larga, pero si es corta, a lo mejor, en esos mismo cinco o seis años se la ha podido cargar.
Jarabito y los monopolios
¿Jarabito ha sido para usted el mejor producto lidiado, el modelo que se aproxima al paradigma de lo que busca?
Yo creo que ese es el toro que reúne todas las condiciones que uno busca. Reunía hechuras, pues era de los pocos toros cuya cabeza cabe en los faldones de la muleta y, por tanto, se puede torear en redondo, mientras que los toros anchos de sienes, a los que se llama ahora abiertos de cuerna, al no caber en los faldones de la muleta solo se pueden torear si se hace por fuera y desde fuera, porque desde dentro no cabe más que dando dos toques: uno que lo coloque fuera y otro que lo lleve ya por fuera, y al darle esos dos toques solo son admitidos por los toros brevas o por los muy malos, pero al toro que la quiere coger, si le das dos toques, ocurre que, o lo tiras enfrente, o te lo comes en la cara.
Ese día (que Jarabito fue lidiado) la actuación de la autoridad motivó que usted escribiera un artículo en nuestra revista (ver Toro Bravo, en edición impresa, número 18) en el que usted criticaba los criterios organizativos de la Fiesta. Cree que ha cambiado algo desde entonces.
En ese trabajo quise hacer mención al riesgo orwelliano, y que este riesgo es aún mayor cuando el mercado es monopolístico. Actualmente, el estado de los pliegos de condiciones por los que se regula la adjudicación de las plazas de toros, en lugar de cumplir con su función de limitar el uso por parte del poder monopolístico lo que hace es aumentarlo, al establecer que los que pueden acudir a licitar sea un grupo de profesionales del campo empresarial muy reducido. Quise reflejar algo que está hoy también en la palestra de la política, y que es un tema que está produciendo miedo en la sociedad en que vivimos. El riesgo es que el espectáculo de toros en plazas de primer nivel existe por el impacto mediático que tiene. Si las concesiones no se limitan en sus usos, por parte de aquellos que las conceden, para evitar, de alguna forma, que los excesos monopolísticos se produzcan, se está incumpliendo con la obligación que tienen las administraciones de controlar y poner limitaciones a los monopolios.
¿Qué es lo que más le preocupa de todo esto?
Una de las cosas que más me preocupa es que los monopolios hacen que sufran los más débiles, y los más débiles son los novilleros: el futuro de la Fiesta. Nunca se ha pagado menos a un novillero que hoy en día. La gente que asistía a esas novilladas es la misma que acude ahora a la plaza de Madrid, o la plaza de Sevilla, o la plaza de Valencia, o la plaza de Bilbao en las que se daba un número de novilladas determinado; en aquellos festejos se sabe que los novilleros –hablo de 1987 en una plaza de primera– cobraban 9.000 €, bueno, pues, intenten obtener información y verán lo que gana hoy en día un novillero; y no hablo de épocas anteriores, hablo de que en 1987 a un novillero, después de haber toreado, le quedaba lo suficiente como para comprarse avios para volver a actuar: un capote, un vestido, etc., y que hoy no le da para pagar ni el hotel.
Ese monopolio, a qué es debido, según usted.
Existe por principios. Las plazas son el gran centro de poder que, según la importancia de las mismas, se convierte, como es el caso de la plaza de Madrid en la más importante; otras plazas como las de Sevilla o de Valencia, por ejemplo, aunque no tanto como la de Las Ventas, sí que tienen su importancia, y si existe una concesión administrativa ésta debería velar a fin de no permitir todo eso.
El trapío y los encastes
Cree que se puede criar un toro compatible, concretamente de la línea “Jandilla”, con los tamaños exigidos en plazas de primera.
Personalmente no creo que la exigencia deba estar en los reconocimientos, sino en el interés en que vayan ganaderías en concreto. Aquí el riesgo existe, como existe en cualquier monopolio, y consiste en que los ingresos se den como fijos, debido a que presuntamente no se pueden incrementar, y entonces el único objetivo sería de reducir más gastos; si llegamos a eso, existe un riesgo de que al espectador se le quiera dar un producto más barato. Ese es otro gran riesgo de la situación monopolística, porque cuando se da por finiquitada la capacidad de conseguir más ingresos la única forma de incrementarlos es reduciendo los gastos. Por eso creo que en la planificación de pliegos todo tiene que ser considerado a la hora de la concesión. La administración ha fijado unas reglas para los pliegos de condiciones que limitan enormemente la presencia de los posibles licitantes, con lo cual hace que aumente el monopolio, al no limitar el uso de ese poder.
O sea, que quizás el tema del trapío tan exigido en plazas de primera sería una “excusa” para usted…
Yo, creo que la ilógica de un toro ancho de sienes que no permite el toreo, es la misma que si en el Teatro Real se diera a los concertistas un violín de pésima calidad, en vez de un stradivarius para actuar. Probablemente esa fórmula lo que quiere buscar es que los mejores no sean los que triunfen sino los que tienen suerte; algo así como si a un músico regular le toca una cuerda algo mejor que taña bien, y que le permite conseguir el éxito. Esta fórmula hace que los mejores no sean los que triunfen, sino que busca que los triunfadores sean los que hayan tenido suerte de que les haya embestido un toro. El sistema es como si a los músicos de una orquesta se les da unos instrumentos cuyas cuerdas no están afinadas. Así, el éxito no provendría de la destreza, sino de la suerte.
Usted ha afirmado en esta entrevista que el ganadero que busque resultados puede obtenerlos parcialmente en cosa de cinco años y dar una “vuelta entera” a su ganadería en apenas diez años. Entonces, cuando ve hoy en día una corrida de “Jandilla”, que usted ha conocido tan bien, ve que las cosas han cambiado.
Bueno, los resultados se pueden conseguir en menos tiempo del que tú piensas. Creo que en quince años una ganadería puede cambiar. Yo, ahora, cuando lidia toros con el hierro de “Jandilla” mi hermano [Borja Domecq Solís] muchos de los que se lidian no sé cuál es su padre o su abuelo; otros muchos sí sé de dónde vienen, pero ya en esos quince años ha habido una gran separación y una gran diferencia. Una cosa que ejemplifica lo dicho es que cuando nosotros hablamos de nuestros tatarabuelos, estamos haciéndolo de gente que posiblemente lidió en el siglo XIX, bueno, pues solo transcurridos diez años podemos estar hablando de tatarabuelos en la ganadería, con lo cual, la evolución viene imprimida por la rapidez que le des para que aquello no se parezca a nada. Es cierto que resulta más difícil aumentar esa rapidez en una ganadería grande y más fácil de hacerlo en una ganadería pequeña, pues cualquier decisión puede obtener resultados más inmediatos.
Existen diferencias perceptibles, en su opinión, y sin entrar en quién es mejor (tanto en morfología como en comportamiento), entre el toro que usted cría y el que crían sus hermanos Juan Pedro y Borja…
Bueno, es que cada uno busca cosas distintas. Gracias a Dios, no hay copistas en esto. Sin embargo, otra aseveración que hay que establecer es que una de las grandes mentiras que se están publicando es la de los encastes. Se quieren diferenciar encastes porque así se hizo a finales del siglo XIX, principios del siglo XX. Tal y como hemos visto, la capacidad creativa de un ganadero es tan rápida que en muchos menos años es capaz de formar un encaste. Creo que hay encastes, pero también creo que se van diferenciando, cada vez más, entre ellos, pues es probable que, a lo mejor, a principios del siglo XX hubiere menos diferencias entre unparladé y un Murube que las que hay hoy entre toros de un mismo encaste.
Los riesgos de la tecnología
La diferencia estriba entonces entre la personalidad de un ganadero y otro.
El ganadero es un artista que con unas vacas y unos toros crea su propia obra de arte, que ofrece como resultante la embestida de un toro; eso hace que, mientras más ilusión tengas, en menos tiempo consigas una cosa distinta a la que tú deseas.
Y quisiera aprovechar este medio para formular una petición a la ganadería brava.
Adelante.
Ésta consiste en que uno de los grandes peligros es la uniformización, que está atacando el concepto de . Fundamentalmente es criticable la posibilidad, que está permitida, sobre la utilización de la inseminación para un resultado que es la lidia. Yo, entiendo, que el concepto de inseminación artificial y el concepto de transferir un óvulo se puede utilizar como arma para poder hacer cosas, y recuperar así cosas del pasado, pero si hay gente que se queja del monoencaste y si seguimos permitiendo que estos métodos sean utilizados para la lidia corremos un riesgo inmenso.
Cree que ello haría que la corrida fuese un espectáculo predecible.
El arte del toreo está basado en un desconocimiento de cómo se va a comportar un animal, y cómo va a embestir ante una cabeza pensante que lo lleva, torea y ahorma, creando una obra de arte. Si quitamos la primera parte, por una multiplicación de la uniformidad a través de métodos como la inseminación artificial, estamos, de alguna forma, socavando la posibilidad del toreo. Probablemente si no se limitan muchas cosas como esta yo creo que la Fiesta, como la concebimos actualmente, se perderá.
Mi opinión sobre la situación de los encastes no es contraria a la preocupación que tienen los aficionados ante la posible uniformización de las embestidas. Opinión que yo comparto, y que supone un grave riesgo en la uniformización del toreo. Para evitarla es necesario acabar con la inseminación artificial como proyecto para ser destinado a la lidia.
Cree que la Unión de Criadores debería tomar medidas en este tema.
No solo la Unión, sino que el Libro Genealógico también debería intervenir con la prohibición expresa de la inseminación artificial utilizable como fin para la lidia, y no digo que no sea utilizable para recuperar encastes o cosas que se perdieron en una ganadería o para sacar vacas y sementales para su posterior utilización ganadera productiva, pero no para sacar toros para la lidia.
¿Ha utilizado en, algún momento, este tipo de tecnología?
De los aspectos tecnológicos que ya hemos comentado hay que estar tan abiertos a ellos como atentos a su utilización para evitar que estos sean utilizados para aumentar la uniformidad en la embestida y, por tanto, reduciendo la sorpresa. Redundaría también en que ya no sería tan determinante que el torero que comprendiera al toro que le ha tocado en suerte, pues sabría con seguridad la lidia que habría que darle antes de que saliera al ruedo.
Y contestando a su pregunta, es cierto que no he usado nada en este campo –salvo un toro, que, por cierto, fue muy malo, fruto de la transferencia de un óvulo–, aunque entiendo que no hace daño cuando se utiliza para corregir errores cometidos. Estas técnicas se emplean hoy en día ante la posibilidad de estudiar algunas variables del comportamiento a través del estudio genérico del ADN. La tecnología es válida para evitar errores, o para que, a errores cometidos, se le puedan poner solución y para comprobar, posiblemente, como testador, si lo hecho está mejorando o no. Luego, hay temas básicos que pueden incidir en la mejora del entendimiento, por ejemplo, a la hora comprender como se heredan los comportamientos e intentar investigar sobre como están integrados en los cromosomas. Eso, indudablemente, tiene un interés científico que más adelante puede ser en un futuro utilizable, pero eso, tal y como he dicho antes, tendería a ir en contra del espectáculo.
Pero, no cree que sería decisivo para conocer con qué firmeza se transmiten lo caracteres.
Creo que un ganadero es cuando sabe a qué vaca le corresponde ese u otro semental. El estar abierto es conveniente si se cree que la evolución es positiva en toda actividad humana. Es decir, que al saber no se le debe poner limites y de ello debemos ser conscientes. Ahora bien, el uso de las técnicas ha de estar controlado, pues aunque partamos de la premisa en la que el animal hereda un 50% por ciento de la madre y otro tanto del padre, tenemos que entender que los machos (que son muy homocigóticos) en una ganadería transmiten las características con más firmeza que muchas de las vacas que no sean tan homocigóticas, no es ningún camino para que intervenga la ciencia, porque eso tiene de bueno al igualar al resultante, pero también inseminar tiene de malo por despreciar otras características.
En conclusión, ello no puede estar en contra en que lo fundamental de un ganadero está en conocer sus vacas, pues de ellas vamos a sacar animales que permitan la ampliación de caracteres tan vital en la evolución.
Toreros de la casa
En el tiempo en que usted estuvo en “Jandilla”, corríjame si me equívoco, hubo dos toreros que comprendieron muy bien sus toros: Paquirri y Espartaco. Ahora, ya con “Zalduendo”, hay alguno en especial que se entienda como a usted le gusta.
De toreros es difícil hablar, pues son demasiados los que se me vienen al recuerdo. Usted me pregunta que si en las épocas gobernadas por los toreros señalados mis toros fueron entendidos perfectamente, y yo le digo que sí. Los toreros cuando son buenos lidiadores se adaptan a la embestida del toro. Ya sabe que mi concepto del toreo existe si se lleva al toro obligado. Creo que el toro que persigue lo que se mueve hay que enseñarlo a embestir y hay que llevarlo toreado.
Pero cree que ahora sus toros son toreados mejor.
Mire, cada torero tiene su época y cada ganadería también la suya. Básicamente, para mí el toreo no existe si no hay obligación, también entiendo que si la obligación se le impone en exceso al toro en el comienzo de la faena de muleta puede aprender lo que no conviene. Cuanto más bravo sea el toro, más obligado hay que llevarlo toreado en el principio del pase y darle la salida con libertad en los finales para que vaya aprendiendo, de alguna forma, y para que se vaya abriendo hacia fuera, pero siempre con la muleta obligada por abajo. Yo tengo una fijeza, y es que hagan todo eso: que le dejen la muleta en la cara y que se la saquen por debajo. La capacidad de obligación final se produce cuando un toro es capaz de embestir obligado por abajo, para sacarlo por debajo y terminar con esa embestida hacia atrás, pero de una forma progresiva durante la lidia y que no puede realizarse desde el comienzo, por tanto, los adornos son inadmisibles en mi concepción del toreo antes de que el toro esté preparado para esos últimos pases de la lidia, cuando el torero se encuentra a punto de rubricar su obra –si se ha hecho con anterioridad– y el toro es bravo, por lo que, probablemente, estaremos consiguiendo, con seguridad, que el toro quede preparado para la suerte final.
Esa disquisición en la forma de torear se encuadra en torero largo o torero corto.
Yo creo que cada cosa tiene su momento en la lidia y que si se producen en otros momentos, pues el concepto que hay, de alguna forma, de doma por el torero tiene que existir para preparar su obra de arte, y si no se hace esa fase de doma es porque, por ejemplo, se tiene delante a un toro breva.
El futuro de la Fiesta
A la Fiesta, actualmente, le falta emoción.
Sí, yo creo que como llevo diciendo hace mucho tiempo aquí hay dos cosas: las ganas de coger a aquello que se mueve, por parte de un animal, y su volumen. Las dos cosas se producen como resultante en una potencia que siente el torero y el público en la embestida. Yo creo que estamos muy por debajo de lo que ocurría antaño, en cuanto a las ganas de coger y velocidad. Creo que el tamaño ha sido un vehículo para desresponsabilizar al espectáculo por parte de muchos que justifican su actuación diciendo que ellos no sabe lo que el toro tiene dentro, y yo les digo que sólo lo pueden saber conociendo las ganaderías que hay en España, y si no cómo se puede admitir un toro otro. Esa aseveración se puede decir sólo cuando se admite un percherón como caballo de carreras.
El descenso de asistencia de público a los espectáculos taurinos deriva, en su opinión, en una crisis cualitativa o cuantitativa de aficionados.
Es que no creo que haya bajado la afición, pues hay más y mejores aficionados que nunca, lo que pasa es que cuando yo era un niño sólo hablaban los que sabían, probablemente porque estábamos en una civilización de más respeto, lo cual no quiere decir que sea bueno eso, pero sí da la impresión de que se sabe más cuando solo uno habla con autoridad de ese tema, mientras que hoy, como estamos en una sociedad más libre, hay más posibilidad de expresar y decir lo que uno quiere, lo cual no quiere decir que haya menos afición, sino que quiere decir que hay más libertad y, por tanto, ha ayudado a la gente a discernir sobre el que sabe y el que no sabe.
En ese caso, entiendo que usted dice que hay más afición y más cualificación.
Esto es cierto pero con alguna precisión; que haya mejores no significa que los que más hablan sean los que más saben. Antes, solo hablaban los que sabían, mientras que hoy no. Ello no es malo, pero obliga al aficionado a discernir lo que es bueno de lo que no es. Hace unos años tuve la suerte de escuchar en un partido televisado a Di Stefano. Ese día, comprendí lo poco que sabía de fútbol, pero tampoco sabía el que estaba su lado, que era el que retransmitía. Eso no quiere decir que el que no sabe sea mal catador de una buena faena o de otra, o de una buena embestida o de otra, o la calidad o lo estético de una obra o de otra.
¿Cómo convencería a un joven de hoy para que dejara cualquiera de las muchas ofertas de ocio que se le ofrecen e ir a una corrida de toros?
Creo que lo fundamental es la existencia de un héroe; el torero es un héroe, en un concepto como lo es todo artista. Y creo que el daño más grande que se está haciendo a la Fiesta en los últimos 20 años ha sido manifestado por un interés de los medios de opinión en todos los sectores en criticar un espectáculo que, comparado con otros. es atacado de manera exagerada. En ningún otro medio se crítica o dice que, por ejemplo, su película es un bodrio, o que el disco de ese cantante es malo. Hay un intento de desmitificar a las figuras, y creo que eso es muy dañino porque la capacidad del que llega arriba es notablemente superior a la de otros artistas en otras expresiones. Esta desmitificación daña al futuro de la Fiesta porque para que exista la Fiesta tiene que haber futuros toreros; tenemos que huir del riesgo de Méjico, donde una gestión monopolista sostenida y unas actuaciones de los novilleros desafortunadas han contribuido lo que estamos viendo: una reducción tremenda de toreros, ese es el gran riesgo que a mí me han transmitido toreros españoles sobre la situación en que se encuentra la Fiesta.
Por último. ¿Qué ha conseguido y a qué aspira?
A lo que aspiro es a que la Fiesta permanezca como es. Que la Fiesta siga sosteniéndose sobre la figura de un torero, un héroe, que imponga su voluntad en un toro que quiere coger. Es mucho más importante hoy en día que seamos capaces de mantener eso que lograr objetivos personales. Yo estoy satisfecho con mi línea ganadera, tengo mucha ilusión por conseguir cosas nuevas. Siempre que se te queda algo atrás, surge, probablemente, la decisión de sacrificar en algún punto algo de la embestida para recuperar algo de la hechura del pitón porque se ha impuesto un toro con más desarrollo de cornamenta respecto a 50 años atrás, pero siempre intentaré cumplir todo esto manteniendo la hechura de los pitones para que quepan en los faldones de la muleta.
por David Plaza
Fotos: Alberto Simón