Real Unión de Criadores de Toros de Lidia

Abilio Pérez García, mayoral de Javier Pérez – Tabernero

A un paso de Aldehuela de la Bóveda se encuentra la finca «El Villar de los Álamos», uno de los enclaves señeros e históricos de la ruta del toro salmantino. Allí nos espera Abilio Pérez García, mayoral de los «atanasios» de Javier Pérez -Tabernero para hablarnos de sus comienzos, del momento triunfal actual y de aquellos recuerdos que guarda celoso en su memoria como hombre de campo que ha dedicado a esta casa cerca de cuarenta años. Casi toda una vida para y por su única y mayor pasión: el toro. Esta buena dehesa charra, hogar también de los toros «santacolomeños» del otro hierro familiar de Hermanos Clemares Pérez -Tabernero, dista de la ciudad del Tormes unos treinta kilómetros; linda al norte con la ganadería de Miguel Zaballos; al este con la de Mercedes Pérez-Tabernero; y al sur, junto a la «carretera de la muerte» que comunica la ciudad del Tormes con Portugal, con las de Juan Mari Pérez-Tabernero y la de Antonio Pérez de San Fernando, en la famosa ribera negra. Este bello solar muy pronto se convertiría en el cuartel general de los Pérez durante la época del patriarca Alipio Pérez-Tabernero Sanchón, padre de Javier Pérez – Tabernero. En esta finca se crió desde los tres años Abilio Pérez García bajo la tutela de los anteriores mayorales de la casa, Antonio y José Manuel. En su memoria aún conserva aquellas enseñanzas que tanto agradeció y sirvió para poder poner ahora con acierto. Enseñanzas que han permitido hacerse cargo de las dos ganaderías que conviven en la casa de forma separada e independiente. La primera, «parladeña», más comercial, de puro encaste Atanasio y localizada en «El Villar». La segunda, más romántica, de sangre «santacolomeña» y marcada a fuego con el antiguo hierro de «Vegablanquilla», constituye el legado del padre del ganadero y se encuentra a caballo entre la anterior finca y «Castro Enríquez», que anteriormente también fue propiedad de su progenitor. Posiblemente el encaste Atanasio, uno de los de mayor presencia y desarrollada cuerna en el mundo ganadero, ha sido hasta la fecha el único en el campo charro que ha sabido adaptarse a los cambios de moda del toro grande. Sus características fenotípicas son las siguientes: descolgados de carnes, sin excesivo morrillo, badanudos, algo bastos de piel y astiblancos. Tradicionalmente la capa tenida por «buena» ha sido la burraca y la salpicada en negro, que a veces llega al berrendo o tiene particularidades de ser gargantillos o zarco. Es característico el cárdeno carbonero, el negro y, en menor medida, el colorado y el castaño, capas estas últimas que no gustaron a Atanasio Fernández, por lo que ganadero de «Campocerrado» vendió vacas, extraordinarias por su nota. Por ello, lo que sale así suele dar muy buen resultado. En «El Villar» se cuidan los machos desde la juventud y las camadas de salida, a pesar de la dura etapa invernal salmantina, están rematadas ya por el mes de enero. En este sentido, hay que tener en cuenta, además, que todo lo procedente de la línea Parladé (Tamarón o Gamero Cívico) cuesta «ponerlo» en carnes más que lo de otras procedencias, precisamente por la característica morfológica, antes reseñada, de ser bastante descolgados. Si no se les da de comer convenientemente desde pequeños, los toros no se meten en arrobas ni se les redondea el lomo. Ganaderías como las de Javier o las de los Fraile son, entre otras del mismo encaste, las que portan con éxito el peso en las grandes ferias. Desgraciadamente el encaste de «santacoloma» aún sigue estando en horas bajas entre las figuras, pero aún queda mucho camino por andar, asegura el mayoral de Javier Pérez Tabernero.
En la imagen, el conocedor de Javier Pérez - Tabernero, Abilio Pérez García.
PRIMEROS PASOS Abilio es un mayoral hecho a sí mismo. A los tres años de nacer en el pequeño pueblo de San Pedro de Rozados, siendo el primer varón de sus cinco hermanos, se trasladó junto a sus padres a «El Villar». Su padre, también Abilio de nombre, era el pastor de la casa. Desde entonces han pasado más de cuarenta primaveras junto a esta casa y, aunque oficialmente no haya sido el mayoral hasta hace cinco años, es absoluto conocedor de todo lo sucedido en ella durante todo este largo periodo. Actualmente esta casado con Leonor y tiene tres hijos. Con la familia Pérez Tabernero ha aprendido, asegura, todo lo que sabe del toro. Siempre ha estado a la sombra de Javier, de quien asegura es un gran aficionado que esconde tras esta apasionante afición una de las mejores personas que conoce. Según Abilio, don Javier conserva la serenidad que da su veteranía en este mundo que hace ver las cosas con la distancia adecuada. Es decir todo ello sin apasionamientos exagerados. También con el nieto de Javier, el diestro salmantino Javier Clemares, ha disfrutado de momentos inolvidables que le han aportado y enriquecido a su actual visión del mundo del toro. Pues no en vano el joven maestro Clemares ha sido, antes de ganadero, torero. Sus formas en la plaza eran sobrias y muy camperas, como los de un ganadero en cualquier día de tentadero. «Con él en la plaza parecíamos estar respirando a campo abierto». JORNADA CAMPERA Abilio suele levantarse sobre las siete y media de la mañana para echar de comer y arreglar los caballos en las cuadras. Con el tractor carga el pienso para las vacas y los toros en compañía de sus ayudantes Fermín y Sebastián. A continuación monta en la que califica como su mejor instrumento de trabajo, es decir, su joven yegua cruzada de capa castaña que atiende por el nombre de «Lula», y así, en compañía, de los mozos efectúan una primera vuelta de reconocimiento a lo largo de la veintena de cercados en que se encuentra distribuida la ganadería. Su jornada, con una breve pausa para comer, no finaliza hasta que recorre por segunda vez todo el ganado de nuevo. En esta segunda vuelta no se da de comer todo al ganado bravo sino que solo se atiende a los cuarenta toros de saca, es decir los que han cumplido cuatro años de edad y están preparados para lidiarse en esa o en la siguiente temporada. El final de la jornada suele marcarlo el sol. Hasta que se pone, nada se detiene y todo parece responder a un curioso engranaje perfectamente sincronizado. La finca del «Villar de los Álamos» cuenta con una extensión aproximada de seiscientas hectáreas que comparte junto a la crianza del toro los cultivos de la cebada y avena. En esta finca se agrupan más de las seiscientas cabezas de ganado. De entre todas ellas podemos relatar que existen ciento setenta vacas de vientre de cerca de treinta reatas distintas, nueve sementales, y de entre ellos podemos destacar a «Buenasnoches», «Curioso», «Pitito», «Malaquito» y «Matabuches», entre otros. El resto hasta llegar casi a las quinientas lo componen el grupo de los añojos, erales, utreros, cuatreños y cinqueños de la casa.
La divisa verde y blanca desde hace tres años ha pegado un salto a la fama cualitativa y cuantitativamente.
LOS OTROS ATANASIOS Los toros de la ganadería de Javier Pérez – Tabernero tienen un comportamiento en el campo que los diferencia claramente de los del encaste «santacolomeño» del hierro de Hermanos Clemares Pérez -Tabernero. El manejo de los «atanasios» de Javier es más difícil puesto que son más abantos e inesperados, mientras que los «alipios» son más nobles y obedecen sin casi ofrecer resistencia si se les trata con buena mano. En la plaza el toro «parladeño», que por lo general es muy grande de caja y de cara, hace un primer tercio muy abanto, y en el segundo suele hacer una pelea en varas bastante justita, saliendo en muchos casos suelto y sin fijeza. Pero cuando llega a la muleta, el toro bueno de los Pérez es posible que no exista otro toro en el campo con tanta nobleza y buen humillar como este animal. En ellos prevalece la clase, que no es bravura a secas o nobleza destilada únicamente, sino que reúne las virtudes más sustanciales de ambos factores. El ganadero siempre busca la nobleza en la bravura utilizando como clave de su comportamiento el ir siempre a más. En definitiva, este factor aumenta a medida que se desarrolla la lidia, quizá por su tamaño y por la inclinación aguda que presenta cuando mete la cara en la muleta del diestro. Es algo impresionante, créanme. Los toros de esta casa suelen pesar unos quinientos ochenta a seiscientos kilos como media en corridas de plazas de primera. La divisa verde y blanca desde hace tres años ha pegado un salto a la fama cualitativa y cuantitativamente. Todos los buenos aficionados recordaran las tardes de San Isidro mal coronadas con la espada del diestro vallisoletano David Luguillano en el 2000 y el sevillano José Antonio Morante «Morante de la Puebla» la temporada pasada y el reciente triunfo del valenciano Enrique Ponce en el mismo escenario. A esas tardes habría que sumar los éxitos de Huesca con Ortega Cano y el de Bayona de este año con Manuel Caballero. Está claro que como muy bien define Abilio, la ganadería ha sabido adaptarse a los tiempos para estar en las grandes ferias del toreo y obtener con ellas los grandes resultados. Uno de los sueños que tiene Abilio sigue aún resistiéndosele. Es la salida a hombros en Las Ventas por San Isidro. Él cree que cuando llegue el momento, que no duda que llegará algún día, será la recompensa de muchos años de esfuerzo y de trabajo colmados de satisfacciones y de angustias, de palmadas en la espalda y de soledad en el campo con «Lula», su yegua. Los mayorales son auténticos ganaderos y por ello, desde Toro Bravo, siempre les queremos rendir su justo homenaje. Los mayorales como Abilio son el simple espejo del tesón y el amor al toro bravo.