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Juan Cid de la Corte, mayoral de Torrestrella
Arribando por el camino que deja detrás la ciudad de Jerez, y con Algeciras y el mar al horizonte, alcanzamos la villa de Medina Sidonia. Allí, a las faldas del Castillo de Torrestrella, nos disponemos a entrar en el santuario de don Álvaro Domecq y Díez de la mano de su joven mayoral, Juan Cid de la Corte. En esta tierra gaditana que vio nacer a Juan, se respira un ambiente casi mágico, impregnado de tauromaquia en todo su ser.
Al pasar de la puerta de Los Alburejos, Juan Cid, heredero de una de las más pulcras estirpes de mayorales de la Baja Andalucía, nos integra como buen anfitrión en este mundo.
LOS CID
Esta ilustre casa de mayorales se remonta al abuelo de Juan, Casimiro Cid Castillo, mayoral de la casa de Urquijo durante la década de los años cuarenta, en la famosa finca Juan Gómez. El conocido taurino Miguel Criado, popularmente apodado El Potra, recomendó los servicios de Casimiro a don Álvaro Domecq y Díez en la década de los años cincuenta, para que fuera pieza clave y fundamental en la formación de la gana-dería de Torrestrella. Juan, heredero de una gran afición adquirida de su abuelo, de su padre y de su tío Eduardo, tomó las riendas a los veintidós años.
Juan es un consumado garrochista que hace honor a la estirpe de los Cid, amparando cada tarde al hijo y a los nietos de don Álvaro. En las tardes de acoso y derribo en el corredero de Torrestrella aprende de don Álvaro cómo se corre el becerro, cómo se derriba, la fuerza que posee el novillo en su carrera, y cómo embiste al caballo. A sus treinta y cuatro años, conoce bien la gran personalidad del patriarca de los Domecq y la casta de su hijo Alvarito. De ellos aprendió toda la sabiduría y el respeto hacia el toro bravo y el caballo en el campo.
Cada mañana se levanta a las siete y repasa las corridas de toros junto a las tierras de labor dedicadas al trigo, la remolacha, las pipas y los garbanzos. Las órdenes y los límites de cada faena de campo están avanzados de un día para otro. En compañía de los caballistas de la casa, Cristóbal y Miguel, observa el ganado en los cerraos. No se les escapa ningún detalle. Juan nos habla del encaste de Torrestrella como un animal en donde confluyeron tres sangres: Veragua, Jandilla y Nuñez. Es esa una rara alqui-mia con la que tuvo la suerte de encontrarse.
EL TORO DE TORRESTRELLA
Por su tipología, el toro de Torrestrella posee rasgos de aquellas razas que intervinie-ron en su formación. «En cuanto a sus pitones, no suelen ser demasiado descarados, pero bien puestos y al mismo tiempo bastante recogidos, resultando frecuente que salgan » tocaitos» arriba, en el más puro estilo de sus ancestros los Nuñez», apunta el mayoral.
La hondura y el buen tamaño pueden relacionarse con la veta vazqueña; así como el morrillo bien torneado, la finura de cabos y la buena badana se entroncan más en «los Parladés». Estos ejemplares son anchos de pecho, bajos de agujas, fuertes de cuello y rematados por detrás.
La variedad de pelos es otra de sus características más acusadas, suelen predominar el burraco o salpicado, pero sobre todo en negro y cárdeno, como capas más clásicas. Hay toros mulatos, zainos, bragados, colorados, castaños, ojinegros, ojo de perdiz, chorreados, melocotones, ensabanados, salineros, sardos y hasta jaboneros.
Juan Cid afirma que el toro de Torrestrella en el campo es noble, tranquilo y muy fácil de manejar. Su carácter en la plaza es bien distinto. Los toros de don Álvaro tienen por regla general una fuerte salida, aunque también los hay que salen con mucha tem-planza, pero estos son los menos.
La mejor característica de estos toros, según Juan, es que humillan y para bien o para mal, tienen fijeza. Atienden puntualmente a los toques, y si se les hacen bien las co-sas, responden. La manera de entenderlos es poderles siempre por bajo, llevándolos mucho hasta que rompan por delante, sin recortarles mucho el viaje, ya que no te permiten el más pequeño error. Las faenas han de ser de poder a poder, tomando las distancias bien largas. Son toros de faena intensa, según concluye el mayoral.
TARDES PARA EL RECUERDO
Juan ha sido testigo de excepción en las tardes de tentadero de esta casa durante los últimos doce años como mayoral. En cada uno de ellos fue apreciando esa sabiduría innata que posee uno de los ganaderos más importantes de la mitad del siglo XX. Sus enseñanzas aún resuenan en la memoria de nuestro mayoral que no duda en desvelar con satisfacción el momento actual de su ganadería.
«Posiblemente estamos en uno de los momentos más importantes de la ganadería, y no dejamos de recoger triunfos en todas las plazas a las que acudimos. Esta tempora-da de 2002, las corridas de Valencia y de Sevilla, con el toro Ojito ésta última, han sido fundamentales. Ahora soñamos con repetir triunfos en Pamplona, Bilbao y Roquetas de Mar (Almería). Desgraciadamente el único lunar negro es la tarde de Granada, que por motivos ajenos a nuestra voluntad se nos impidió injustamente lidiar».
Uno de los más gratos momentos que conserva Juan Cid de la ganadería fue la tarde de Valladolid. Todo sucedió hace tan sólo cinco años durante un mano a mano entre Juan Antonio Ruiz «Espartaco» y Manolo Sánchez en la ciudad del Pisuerga. Llovía a mares y los toros de Torrestrella no dejaban de embestir. El público enloquecía entu-siasmado. Numerosas vueltas, orejas y rabos se concedieron en aquella ocasión. La salida a hombros de don Álvaro bajo la lluvia castellana ha quedado grabada a fuego en la retina de su mayoral.
Tras aquel famoso mano a mano llegó otro en el coso de los califas con Chiquilín y Finito de Córdoba, el toro indultado en Valencia y el reciente éxito de Ojito lidiado por Eduardo Dávila Miura en la pasada Feria de Abril de Sevilla.
Mientras escribo estas cuartillas, arde en fiestas Pamplona, y Juan sabe bien que ha llegado el momento de sus siete toros. Ya son nueve años seguidos lidiando y triun-fando en Pamplona. La ganadería de Torrestrella tiene en su haber los premios al me-jor toro y a la mejor corrida de los últimos años. El listón está muy alto, pero a Juan no le inquieta esa responsabilidad que gustosamente carga cada año sobre sus hombros. Nuestro mayoral de hoy afirma que la ganadería brava española se encuentra en un momento en donde el respeto, la categoría y el prestigio están cuestionados constan-temente por parte de la autoridad competente. Es una pena que una labor lenta y difí-cil, labrada a base de muchos años y afición, se frivolice para buscar la popularidad, que no la fama. Pues la fama siempre está respaldada por una gran obra realizada, en nuestro caso, con el esfuerzo de ganaderos y mayorales de máximo prestigio.
por Ignacio de Cossío
Fotos: Alberto Simón y archivos UCTL